SEMANA DEL LIBRO: CADA DÍA UN RELATO CORTO

Relato 6 escrito por Carolina M. Carretero

Hola abuela, hoy he pensado en ti.

Ha ocurrido esta mañana. Iba en el metro camino al trabajo, no sé de dónde salió una polilla que revoloteaba por el vagón. ¿Te imaginas? La pobre pasaba merodeando de un pasajero a otro, rozando con sus alas las ventanillas que dan al negro túnel, chocando insistentemente con su nariz (si es que las polillas tienen algo parecido a una nariz) contra los fluorescentes eléctricos que la atraían como si estuviesen hechos de miel. Un chico ha empezado a dar manotazos al aire para espantarla, estaba él más asustado que la polilla, aunque no ha conseguido más que deshacerse de ella provisionalmente. Pobre polillita. Desorientada, perdida.

Y no es sólo la pregunta de cómo podía haber llegado hasta el túnel subterráneo del metro; sobre todo, es lo mucho que la polilla se parecía a cualquiera de los viajeros que allí estábamos. Zumbando de una parte a otra, yendo pero sin saber a dónde ir o, acaso, para qué ir. Más aún, sin saber si hay lugar alguno al que ir.

Al ver a la polilla he pensado en nosotros, quiero decir, en todos nosotros, he pensado en este permanentemente estar de paso en el que vivimos, hacia el trabajo, hacia la casa, hacia el centro de la ciudad si es día festivo, más aún para mi generación, que vivimos la maldición de sinvivir por no perder el trabajo precario con el que escasamente pagamos las facturas, o peor todavía, sinvivir precisamente porque uno ni tan siquiera encuentra ese trabajo precario. Caminar de un lado a otro, para no llegar a ninguna parte.

Así es la ciudad, con sus cines y teatros, sus plazas, parques y avenidas, sus centros cívicos y sus salas de conciertos, con todo lo que quieras, pero siempre en compañía de gente, un centenar, un millar de personas, que es tanto como estar en compañía de exactamente nadie.

Quizás es así como todos vivimos el mundo. Como una polilla en el metro. Como un pez, desmemoriado de mar, nadando en la minúscula pecera. Como un pájaro que se posa, en lo alto de un tejado, sobre una antena de televisión.

Sé que no tiene importancia. Una polilla, un vagón de metro.

Es sólo, abuela, que hoy me he acordado de ti.

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Carolina (M.) Carretero

 


 

 

Relato 5, escrito por Jordi Medina

PACO

Paco sentía que ése iba a ser un gran día.

Últimamente no había pasado una buena temporada. Poco parecía quedar de aquel hombre enérgico de su juventud, el que consiguió convertir la carnicería de sus padres en un pequeño imperio en la zona. Ése Paco seguramente habría seguido al pié del cañón hasta el último día sin que nada se lo pudiera impedir.

Él sabía que todo empezó a ir mal cuando Concha se fue. Con todas las horas que pasaba en el trabajo ella era el principal sustento de la casa. Pero Concha se hartó de vivir para los demás… y se fue. Siete años hace ya. Por su hija sabe que en un viaje a Benidorm con las amigas (las brujas de sus amigas, pensaba Paco) conoció a un señor de Extremadura y que se fue a vivir a un cortijo en Badajoz. Con lo urbanita que era y ahora viviendo entre cerdos, se consolaba con media sonrisa.

Su rutina se torció definitivamente cuando fue a hacerse una revisión. Los matasanos jodiendo la vida a la gente desde tiempos inmemoriales. Su próstata había hiperplasiado le dijeron. Vaya palabros! Él se sentía estupendamente, pero en cuanto le empezaron a toquetear, a hacer pruebas y tratamientos notó que se iba haciendo pequeño pequeño y su empuje se fue yendo…

Y ahora hace casi dos años que se jubiló. Lo jubilaron mejor dicho. Su hija le obligó a dejar el trabajo, su vida, y en su lugar puso a un crío que casi no sabe ni abrocharse los zapatos. Durante tres meses le intentó enseñar lo que pudo, pero hoy en día en las universidades les enseñan tan solo palabritas en inglés pero nada de como funcionan las cosas en realidad. Aunque le iban contando que todo iba bien, no había día en que no pensara en ello.

Y así es como toda su vida cambió. A sus setenta años. No obstante, hoy, de camino a ver a su hija sabía que hoy nada de eso importaba, volvía a sentir dentro suyo esa fortaleza de cuando tenía treinta que le permitía mover montañas. Cruzó las puertas del hospital cual corredor de maratón llegando a la meta. Sí, se sentía estupendamente. Subió los tres pisos por las escaleras, acelerando el latido de su cansado corazón. Y al cruzar la puerta de la habitación allí estaban.

– Hola papá – lo saludó su exhausta hija sonriendo. – Todo ha ido bien. Quieres conocer a Esther? –

Y allí estaba. Dormida en una pequeña cama al lado de su madre, la cosa más pequeña y bonita que había visto jamás.

Y en ese preciso instante supo que lo que le quedaba de vida lo iba a vivir feliz y con una sonrisa. Por ella.

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Jordi Medina

CONTACTO en:

jordi.medina@irbbarcelona.org

Jordi Medina (Arenys de Munt, Barcelona, 1989).

Biotecnólogo y escritor en el tiempo libre.


 

Relato 4, escrito por Luis Franco Garrido.

LA MÁQUINA

El día que la abuela dejó su agnosticismo y se decidió a inventar una máquina para encontrar al abuelo, ninguno creímos que fuera a llegar a las puertas del cielo. La abuela había sido una química excelente en su juventud, alumna del gran Ramón y Cajal, no terminó de encontrar su sitio entre el gremio de doctores e investigadores que la miraban sólo con recelo y envidia debido a su gran talento, por lo que finalmente la vida más tranquila con las urgencias y las dudas de los vecinos en la farmacia le pareció la mejor opción.  Allí conoció al abuelo, y allí, por así decirlo, lo vio marchar. Sin tristeza, con tranquilidad, pero con una dosis insoportable de pena.

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La abuela siempre decía que si Dios existía, éste debía estar en la tabla periódica de los elementos, pero no en cualquier sitio, sino dentro del bloque de los metaloides, próximo al boro; lo primero porque los semimetales podían ser muy brillantes o completamente opacos y, lo segundo, porque el boro era imposible de encontrar de manera libre o natural. Y claro, la idea de Dios a veces brilla, decía ella, con rabia, pero otras parece olvidarse de dar la luz al entrar y mea a oscuras sobre cualquier cosa. Libre, en fin, para la abuela, Dios no lo era del todo, pues tenía que ajustar cuentas, si no con el resto, al menos sí con ella respecto al destino del abuelo. El hecho de que el Boro y Él no estuvieran a la mano en la naturaleza sólo ratificaba su hipótesis.

Los tubos de cobre terminaban en unas largas pipetas donde caían las gotas condensadas, que posteriormente, y ya sobre una pequeña mesa de muestras, la abuela observaba siempre atenta y vigilante con su cuaderno de notas. Al seguir la línea de aquellos artilugios  en sentido contrario, desde la mesa de la abuela hasta los tubos de cobre, se podía comprobar que el final de los mismos salía por el hueco de la chimenea y se extendía hacía el cielo unos cuantos metros más arriba. De forma que el ingrávido éter podía precipitarse por el hueco del mismo hasta llegar por una combinación de alcalinos, metales y gases nobles a cristalizar en aquellas muestras infinitamente pequeñas donde la abuela, a la luz del microscopio podía escudriñar pequeñas parcelas del cielo. Y así, metódicamente, se propuso ir revisando con concienzudo empirismo cada una de las partes manométricas del mundo divino hasta dar con el abuelo.

Luis Franco Garrido para envejecerCreciendo

CONTACTO en:

I_francog@hotmail.com

Abril 2015


 

Relato 3, escrito por Sergi Martínez Martínez.

QUIERO SEGUIR RECORDANDO

  • Hola abuelo, ¿qué haces?
  • Hola Lucía, pues aquí haciendo deberes
  • ¿Deberes? Pero si tú no vas al colegio ya, ¿no?
  • ¡Uy!, ¡el colegio! Yo no fui ni al colegio cariño. Bueno, en aquellos tiempos no era como ahora. A nosotros nos gustaba mucho ir al colegio pero no siempre se podía.
  • ¿Y entonces?
  • ¿Por qué no se podía?- intentaba el abuelo comprender la pregunta de Lucía.
  • No, no, abuelo, ¿por qué tienes que hacer ahora deberes?
  • Tú madre, que parece ya la mía, me ha puesto estos deberes.
  • ¿Mamá es tu profesora?
  • Mamá es una pesada, pero no se lo digas. Cree que haciendo todo esto voy a recuperar mi memoria.
  • ¿Qué es la memoria abuelo? ¿Cómo la has perdido?
  • La memoria es lo que hace que nos acordemos de las cosas y a mi últimamente me está fallando un poco.
  • ¿Se te ha estropeado la memoria?
  • Digamos que un poco.
  • ¿Y se puede arreglar o curar tu memoria? ¿Puedo yo arreglártela o curarte?
  • Tú me ayudas a recordar cada día que eres la nieta más bonita que tengo.
  • ¿Eso que es abuelo?
  • ¿El qué?
  • Estas fichas con fotografías
  • Es otro jueguecito de tu madre, hay que girarlas todas y luego darles la vuelta de dos en dos. El que le dé la vuelta a dos imágenes iguales gana un punto.
  • Ese juego lo tengo yo parecido en la tablet, es muy fácil. ¿Jugamos?
  • Vale, pero con 4 parejas sólo que no quiero perder
  • ¿Sólo 4, abuelo?
  • Venga, coge las que tú quieras Lucía, pero me tendrás que ayudar, ¿eh?
  • Claro que sí abuelo, yo te voy a curar.
  • ¿Sabes una cosa Lucía? A partir de hoy, voy a demostrarle a “la profesora”  que me voy a esforzar al máximo en todos los deberes que me ponga. Y ¿sabes por qué?
  • Te estoy ganando abuelo… ¿Por qué?
  • Porque quiero seguir recordando cada día que eres la nieta más bonita que tengo.1909098Martínez para envejecerCreciendo

Abril 2015

CONTACTO en:

El baúl de mi abuelo: www.elbauldemiabuelo.com


 

Relato 2,  escrito por José Esteban Pavo.

ALAS EN LOS PIES

Haddock no es su nombre pero así recuerdo a aquel capitán intrépido de 73 años.

Jubilado de su trabajo pero no del amor a la mar, me lo encontré un día en el camino a Santiago, lejos de su Nueva Zelanda natal a 700 km de Santiago.

Calza pies hinchados y su rastro es fácil de seguir, ya que tiñe de rojo cada paso que da por el albergue de Portugalete.

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Al verle tendido en el suelo, me pregunto que lleva a una persona mayor a soportar tanto dolor. Era nuevo en el camino y no entendía aun los secretos del mismo, los secretos de la vida.

– ¿por qué no abandona y se cuida? Va usted a acabar cojo ¿qué le mueve a seguir sufriendo? Le pregunte.

– Sufrir es parte de la vida hijo. El dolor no es más que otro compañero del camino, y me recuerda a diario lo mucho que me gusta seguir andando. No es la meta mi destino, es la forma de andar mi propio camino la que me da a diario, el aliento que me hace sentir vivo.

En Compostela me lo volví a cruzar, fundidos en un abrazo al final del camino, entendí la fuerza que nos une a cumplir nuestros destinos.

 

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erunem@gmail.com